“Por Fin Pude Abrir Mis Ojos…”


 …Hasta que por fin pude abrir mis ojos.
Entre tumbos pude levantarme de la fría cama de mi  pequeño cuarto rentado en el centro de alguna turbia  ciudad, me dirigí al espejo del baño tratando de aclarar  mis ideas después de lo que al parecer fue una pesadilla  más. Cada mañana me despertaba igual, preguntándome  si aquello fue en realidad un sueño, alguna experiencia  de un antepasado, o alguna vida pasada que debí  atravesar; ¿¡Qué demonios era eso!?





Ni siquiera tomé una ducha, solo bajé a buscar  desayuno  en algún restaurante de mala muerte del  sector –que no eran pocos-. Mientras me encontraba allí  esperando a que la anciana -la cual había visto múltiples  veces atrás entre mis resacas- trajera a mi mesa el fruto de su no tan arduo trabajo en la cocina, empecé a recordar el sueño o pesadilla o lo que haya sido lo que sucedió la noche anterior. 

Venían a mí recuerdos de lo que al parecer era una de aquellas audiencias públicas de épocas antiguas, donde exponían a los delincuentes ante todas las personas de la comunidad, deseando generar la vergüenza pública. Yo era ese “delincuente”. No podía ver mi cuerpo, ni siquiera sentir que estaba allí; sin embargo, podía sentir que por mis venas recorría una gran e insoportable agonía. Me encontraba atado de pies y manos con pesadas cadenas que yacían sobre mis mugrientas vestimentas, estaba arrodillado en frente de lo que parecía ser un verdugo de la “santa” inquisición apuntando con una antigua y oxidada carabina entre mis ojos, ante la mirada atónita y satisfactoria del público asistente.

No había escapatoria posible, el verdugo se disponía a tirar del gatillo y descargar la bala de plomo en lo más profundo de mi cerebro, y en ese momento… un fuerte estruendo. Para mi sorpresa no fue aquella bala que avisaba mi muerte, fue la anciana del restaurante que no pudo aguantar el peso de la vajilla con mi comida y terminó recibiendo un buen agasajo por parte de la curtida baldosa del lugar. “Pobre señora”, pensé jocosamente, antes de dirigirme a llamar a una ambulancia; quizás no fue la opción más eficiente ni la más correcta, pero bueno ¿qué podía hacer? Soy sólo un vestigio de hombre.

Saliendo del lugar, volví a pensar qué podría haber significado aquel sueño poco confortable; aunque al final no le di demasiada atención, quizás fue un simple rezago de alguna de los millones de películas que había disfrutado desde la comodidad de mi desempleo y la herencia de mi padre, quien debe estar pagando en el “otro lado” -si es que en realidad hay algo después de este sufrimiento terrenal- todo lo que causó en esta tierra. Quizás ese dinero no cubriría la totalidad de los placeres de lo que me quedaba de vida allá afuera, pero a ese ritmo podría haber vivido al menos unos tres años más; lo suficiente para haber consumado en alcohol y aberraciones mis pecados cometidos.

Después de un día más de deambular las moribundas y oscuras calles de la ciudad, estuve de vuelta en casa tratando de pasar una tranquila noche, lo que desde meses atrás sabía no sucedería. Tomé una botella de mi alacena, la más añeja posible y osé recostarme en mi descompuesto sillón para embriagarme una vez más. Así fue como poco a poco fui regresando a aquel escenario medieval del sueño anterior.

Por alguna razón, esa vez sentí una gran satisfacción recorriendo mi cuerpo, me sentía completamente extasiado y ovacionado por una multitud enorme, como el heroico guerrero romano que está pronto a vencer a su rival. Al abrir mis ojos estaba en pie, miré a mi alrededor y la audiencia estallaba en júbilo, me empujaban a hacerlo. Al voltear mi mirada al piso, me topé con un personaje todo embarrado en suciedad y toda clase de nauseabundos gérmenes; sentí aquella irá navegar por mis venas e inundar todo mi ser, esa irá que había olvidado por tanto alcohol. Resultó que ahora era yo el verdugo, aquel que sostenía la carabina con la que quería volar en trizas a ese despreciable ser, quien miraba con desconcierto hacia su nada favorable destino próximo. Cuando me encontraba a punto de descargar mi ira en un fragmento de acero y acabar con la miseria de aquel esclavo pecador, este me dirigió su fija mirada desconsolada, pero con sed de venganza; en ese momento sentí una ráfaga que congeló mis huesos, y una sensación de desesperación me direccionó nuevamente a la despreciable realidad.




Sobresaltado sentí la necesidad de correr hacia donde nadie me pudiera dirigir ni siquiera una mirada de desprecio, de esas que estaba acostumbrado tanto a dar como a recibir. Debajo de aquel puente desolado, al que recurrí en un par de ocasiones anteriores para aliviar los efectos del alcohol, me quedé petrificado, casi sin respirar, mirando fijamente al vacío y pensando en Él. No me explicaba por qué había aparecido Él, aquel negro despreciable de quien se suponía ya me había encargado tiempo atrás. ¿De dónde había salido?

Fue allí donde empecé a preocuparme por las consecuencias de mis excesos, aunque negaba la culpabilidad de estos. Después de un largo rato, sólo podía visionar lo acogedor de mi mugriento cuarto, estar tranquilo en la privacidad de mis miserias. Como pude llegué allí, sin sacarme el recuerdo de la mirada de Johnson –la escoria negra, como solía referirme a él a sus espaldas-. Ya caía la noche, así que opté por recostarme en mi fiel compañero maltrecho por los años, mi sillón; se me despertaron las ganas por un buen trago de alguno de mis alcoholes cuasi descompuestos, sin embargo, debo admitir que empezaba a sentirme agobiado por esas malditas alucinaciones, por lo que intenté no beber para tratar de darles fin. Me quemaban los nervios, sentía ira por la combinación de la abstinencia y la pesadilla de la noche anterior, sentí nuevamente esas ganas de matar que pude controlar en la preparatoria y que dejé olvidadas en aquel suceso; entre éstas, volví a los brazos de Morfeo.

Ya no estaba en ese ambiente antiguo y macabro, era pleno otoño y me encontraba en un lugar tranquilo, aunque no por mucho. Empecé a sentir una sensación de persecución, no sentía mi seguridad ni el desprecio por el mundo característicos de mí cuando deambulaba por las calles. Miré mis manos y me horroricé, no porque estuvieran empapadas en sudor sino porque eran exactamente iguales a las de uno de esos criminales, no podía creerlo era un sucio negro. ¿¡Por qué rayos!?

En ese momento, unos fuertes gritos me sacaron abruptamente de mi desconcierto. Levanté mi mirada, el ambiente se tornaba más sombrío, y al final de aquella calle, donde me encontraba parado, apareció rápidamente una turba de gente enfurecida, como buscando herejes en tiempos de cruzadas, quienes se dirigían directamente a mí, con las peores intenciones y acompañadas de cualquier tipo de artefacto cortante y/o contundente que se pudiera encontrar en un granero o ático. 


La única escapatoria que tuve fue correr hacia un gigantesco campus universitario, que tenía su puerta de par en par, soportando encima el característico arco hecho de acero fundido donde está enmarcado el honroso nombre de la institución. Lo crucé, traté de perderme entre los dormitorios y edificios del lugar; sin embargo, todo el tiempo sentí esos gritos enfurecidos por encima de mi hombro, tan fuertes que me destruían los tímpanos. Pasé los edificios, me vi en una gran plaza, miré hacia atrás para observar a mis perseguidores y al voltear nuevamente hacia al frente me topé con una gran pared, un callejón sin salida; los gritos se intensificaron aún más, quedé entre la turba y la pared, estaban a punto de atacarme, de acabar con mi vida de la manera más brutal posible, de despedazarme literalmente, no me quedó más que cerrar mis ojos y esperar el principio de mi fin.

Inesperadamente, la turba empezó a disminuir el griterío y al abrir mis ojos vi como esta se empezaba a dividir a la mitad, tal como la leyenda esa religiosa del hombre que partió el mar en dos. Por el camino que se formó se me acercaba una figura humana que al parecer transmitía tranquilidad; durante su caminata me pude percatar que la turba enfierecida, extrañamente calmada ahora, estaba compuesta íntegramente por personas blancas, no había ningún negro despreciable, ninguno igual a mí –ya que me encontraba convertido en uno de esos desgraciados-. El ser que calmó la turba y la dividió en dos se encontraba justamente frente a mí, tenía puesta una larga túnica que le cubría el rostro. Yo estaba anonadado, no pude pronunciar palabra; sólo hasta que me dijo: “Ahora que lo viviste, ¿puedes entenderlo o estás dispuesto a soportarlo mucho más?”, procedió a descubrir su rostro y era nuevamente esa escoria. Fue cuando me desperté, gritándole con ira a su despreciable cara.

Quizás desperté a algunos vecinos, pero la verdad no me importó. No supe qué hacer, lo único que sabía en ese momento era que el alcohol no era el culpable de esa basura. ¿¡Por qué diablos Johnson quería atormentarme? –ya sabía la respuesta, pero aun así no podía evitar preguntármelo-. Tomé una ducha, me sentía asustado, pero a la vez iracundo. Empecé a pensar en Johnson, recordé cuando lo vi el primer día de mi último año de preparatoria, no sabía nada de él, lo único que hice en ese momento fue ignorarlo; lucía tan sonriente, tan amable, tan feliz, tan…negro.

Fui al salón que me correspondía aquella mañana, fui uno de los primeros en llegar, lo que me hacía sentir muy responsable; de modo que salí de allí y me senté en un lugar del pasillo mientras esperaba a mis amigos. Por alguna razón no llegaban, los demás estudiantes continuaban entrando al que sería mi salón de los lunes de ahí en adelante, pero no aparecían. Después de unos momentos los vi aparecer, a mis dos mejores amigos de infancia irrumpir en ese pasillo; me levanté emocionado a saludarlos, pero estos me devolvieron una mirada de desprecio que desde entonces caracteriza mis relaciones con las personas. Aquel desprecio de mis camaradas me sirvió para incorporar en mí una especie de protocolo mediante el que lo único que daba y recibía eran miradas de rencor, que resguardaran mi alma –por decirlo de algún modo- de las decepciones de este maldito mundo. No me quedó más alternativa que ingresar a aquel frío salón, indefenso y sin respaldo de nadie; ocupé el asiento ubicado en la esquina opuesta a la puerta.

Unos minutos después de haber empezado la clase, apareció en escena el nuevo engendro que habría de causar todos mis problemas. Sobresaltado por no haber encontrado el salón, Johnson entró pidiendo disculpas y empezándose a ganar tanto el aprecio del profesor como el desprecio de un enemigo mortal, nunca mejor dicho. Ya había pasado bastante tiempo desde que estaba en la ducha, así que solo salí y continué recordando desde la comodidad del sillón.

Recordé que la primera semana solo le veía con recelo, mientras continuaba recibiendo el desprecio inexplicable de mis antiguos colegas. Sin embargo, conforme pasaban las semanas sus calificaciones eran casi tres veces mejores que las mías, sus relaciones eran mucho mejores que las mías, es decir, al menos tenía un par de amigos. Todo ese cúmulo de situaciones me jugaron una mala pasada, traté de ignorar todo, pero de verdad que me fue imposible. Un día cualquiera, después de un cotidiano desprecio de mis nunca más amigos, iba camino a la cafetería buscando un sitio para merendar, cuando el mugroso Johnson con sus característicos afanes por cumplir sus responsabilidades académicas chocó su hombro con el mío, desviándome de mi camino. 

Al apreciar con el rabillo de mi ojo que era ese insecto, lo tomé por el brazo izquierdo para traerlo frente a mí y al ver su mirada, esa que me atormentaba en mis sueños y que en este momento me hiela la sangre al recordar, estallé en furia y le propiné un puñetazo justo en el medio del rostro, derribándolo al suelo. En ese momento, sentí la necesidad de trozar su cuello en múltiples pedazos, acabar con ese prospecto de hombre y su vida perfecta, acabar con todos aquellos que me habían dejado de lado, acabar incluso con cualquiera que me cruzara una silaba y tratara de detenerme. Fue entonces cuando sus gritos alarmaron a los profesores, quienes me tomaron por ambos brazos y, ante mis alaridos de ira, tuvieron que recurrir a la autoridad local, quienes me tuvieron esa noche en una especie de pequeño cuarto de las torturas para calmar mis energías, solo me dejaron allí para que reflexionara, justo como lo estaba haciendo en ese momento sentado en mi triste y húmedo cuarto rentado.  

Cuando terminé de recordar, y casi de manera inconsciente, emprendí rumbo hacia donde todo comenzó. Tenía que enfrentar los hechos, o terminaba con él definitivamente o él terminaba conmigo, algo que creo ya estaba haciendo. Tomé tren hasta Filadelfia, el lugar en el que el final de mi vida empezó a tomar forma. Tardé más en llegar, que estar en un estrado atestiguando en contra de mí mismo; aun no entiendo cómo demonios terminé allí, ni siquiera por qué estaba siendo tan honesto, hasta tal punto de exponer mi pecado mortal en una audiencia pública. No podía estar más en casa, solo y con su sombra persiguiéndome, tenía que contar lo sucedido de una vez por todas.

Empecé a relatar que desafortunadamente, después de terminar la preparatoria, tomé la decisión de enlistarme en las fuerzas especiales; para estar allí se requiere un gran esfuerzo, no solo para entrar sino para mantenerse y consolidarse, cada día se exige un esfuerzo sobrehumano y esto solo en los entrenamientos. A los mejores de aquel momento nos enviaron a una misión crucial para la soberanía de la nación. Cuando nos encontrábamos reunidos con el líder de nuestro equipo, quien se disponía a darnos las instrucciones del procedimiento; justo como aquel primer día en mi último año de preparatoria, un hombre de piel mugrosa, entrando tarde a la sala, con aquella amabilidad excesiva que recordaba con rencor, ganándose la admiración de todos por su perfecto proceder, Johnson estaba nuevamente ahí para interferir en mis planes.

Les conté a todos los asistentes a ese juicio la forma en que conseguí liberar esa irá que reprimí desde aquel suceso en la preparatoria, dividí nuestro escuadrón con el supuesto fin de cubrir más territorio y que fuera más fácil la consecución de nuestro objetivo de batalla. Durante gran parte de la misión pude contener la ira y el instinto asesino, ya había esperado mucho tiempo como para dejar pasar esa magna ocasión; quizás no me reconoció en primera instancia o confió de buena fe en que podría haberme reformado, lo cual para nada fue así. 

Lo suficiente alejados del grupo empecé a dejarlo avanzar un poco más que yo, tal que pudiera atacarlo por sorpresa y terminar con él; estaba en un terreno árido pero montañoso, así que lo único que pude hacer fue propinarle un golpe en la parte trasera del cráneo con la culata del fusil, Johnson cayó inconsciente durante unos minutos, suficiente para atarlo y amordazarlo, con el fin de torturarlo psicológicamente antes de darle la puntada final. Conforme volvía en sí, tanto por el tiempo como por mis palmaditas un poco desmedidas en su rostro, le contaba cuanto odio sentía al ver su vida perfecta y su piel curtida, le narraba cuantos deseos tenía de ver esas dunas teñidas con su líquido vital, de verdad que hoy miro a ese pasado y me asusto a mí mismo; pero ¿qué más me da?, es tarde para considerar eso. La última frase que ese adolorido y moribundo hombre pudo escuchar de mis labios fue: “Ahora sientes lo que sentía con tu presencia”, dicho esto y ante su afligida mirada descargué casi la totalidad de las municiones de mi fusil a lo largo de su agonizante cuerpo.

Me las arreglé con mis técnicas aprendidas en las fuerzas especiales para escapar de allí, junto con el desconocimiento del resto de mi equipo impulsado por el silenciador que siempre llevé conmigo desde mi primer día en la academia y que ese día se había convertido en la pieza más importante de mi plan maestro. Conseguí llegar a la ciudad sombría en la que divagué durante el tiempo previo a la entrega que hice de mis huesos, y donde ahogué entre bebida y excesos mi culpabilidad que hoy me llevó a la inservible honestidad. Solo tuve que aguardar unas horas para recibir la noticia de que se había corroborado mi testimonio, y que a partir de ese momento era una pieza de carne más, digna de freír en la silla eléctrica. Fui a parar a una de las penitenciarías de máxima seguridad del país, de esas tan crueles como mi alma que protegí por mucho y convertí en aparato de maldad, desde aquí escribo exactamente estas memorias. Sin embargo, aún queda un episodio más que me gustaría compartir a quién demonios sea que lea este escrito. 

Durante una semana compartí celda, de escasos tres metros cuadrados, con un tal Joe. Nunca me contó de que se le inculpaba, solo sé que le habían condenado a muerte y su sentencia se haría efectiva en 7 días. Tampoco entiendo cómo se encontraba tan lucido, lo digo por su noción del tiempo; ni siquiera yo que había estado fuera unas horas antes podía decir con exactitud la fecha o la hora del día. Este sujeto, sin siquiera haber ojeado un reloj o calendario hace años, podía decir el momento exacto del espacio-tiempo en el que nos encontrábamos, era como una máquina. 

Durante esa semana, este personaje hizo cambiar en mi pensamiento un trillón de supuestos y prejuicios que ni siquiera yo sabía que tenía, logró con unos pocos balbuceos lo que no pudo mi padre y los trozos de madera que usaba para “enseñarme sobre lo doloroso que pueden ser los golpes que te da la vida” –las marcas en mi piel todavía lo recuerdan-.  Quizás vi en el viejo Joe la figura paterna que siempre quise, esa que me enseñara con argumentos y que no me implantara egos ni rencores ni suposiciones sin fundamento. Creo que es tarde para haber encontrado esa figura, ya estoy condenado a lo dulce del infierno. La última vez que vi a Joe fue ayer cuando lo llevaban hacia su sentencia de muerte, lo puedo contar por la noche tranquila que he pasado; solo me queda de él un pequeño libro que me dejó la noche anterior a su partida, me dijo que de allí provenía todo lo que sabía, todo lo que sentía y todo lo que podía brindarle al mundo, solo me pidió que lo ocultara bien de los guardias y que lo leyera atentamente, según él allí encontraría la verdad, mi propio destino.

Lo leí, prácticamente dialogué con tan magno escrito, era tan perfecto, fue como dejar hablar a mi alma después de tantos años de reprimirla. Me contó tantas cosas que me hicieron entender que debía arrepentirme, que debía admirar a ese sujeto que tantas veces imagine destrozado en mil pedazos, ese sujeto que tenía “una vida perfecta” –según mis palabras-, pero que en realidad traía tras de sí tantos esfuerzos de generaciones pasadas, las cuales se quitaron las cadenas de la esclavitud, que levantaron la voz para tener unas cuantas oportunidades y que, en una nación “tan liberal y progresista” como la estadounidense, aún son ciudadanos de segunda clase. Entendí que Johnson realmente mereció mi respeto y el de todo el mundo a su alrededor, portaba con tanto honor su legado africano, se esforzaba segundo a segundo por ser el mejor, y ahora creo lo es. Ahora veo que me siguió prácticamente a todas partes para que lo entendiera, para que entendiera profundamente su condición y para que justamente yo, quien vivió en carne propia toda esta experiencia, lo pudiera comunicar a aquellos incrédulos y realmente miserables que aún discriminan y destruyen los sueños de personas como Johnson, esos incrédulos y miserables exactamente iguales a lo que fui yo allá afuera.



Anoche pude mirarlo nuevamente a los ojos, anoche esa mirada no me atormentó, ya no me helaba la sangre, ya no me producía ira, solo era paz. Sentí justamente lo que creo sintió aquella turba enfurecida que quería destrozarme en mil pedazos. Pude disculparme, decirle que realmente siempre lo admiré, ahora podía entenderlo. Fue la noche más tranquila en años.

Gracias a esto, hoy puedo decir que es el momento. Es el momento que el suelo de esta fría celda, tan similar a aquel cuarto en el cual resguardé mi culpa, se curta como la baldosa que recibió a la anciana en aquella mañana, que se opaqué como yo lo hice con un ser brillante, es el momento que mi sangre corra como lo hizo la de Johnson en aquel terreno árido bajo el sol abrasador…


J.S.


El día 20 de abril del año 2017, en una de las celdas del ala sur de Eastern State Penitentiary en Filadelfia, Pensilvania se encontró el cadáver de un presunto recluso de dicha prisión. Según el reporte forense, el cuerpo fue hallado junto a un pequeño libro abierto sin ningún escrito en su interior, y un par de hojas sueltas escritas con su puño y letra, presuntamente se trataría de su despedida y las razones por las que cometió dicha atrocidad.

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Con este texto, aunque fuerte y explícito en sus personificaciones, expresiones e historia, no pretendo más que retratar como el opresor, el odiador, el instigador, el marginador, el discriminador, no tiene más que inseguridades y traumas de fondo. Exterioriza este sus inseguridades, sus miedos, mediante conductas hostiles. No tiene él una explicación racional y puede llegar a alcanzar un nivel no justificable de inconsciencia, a partir del cual infringe, o intenta hacerlo, daño y violencia hacia todo aquello que representa o alude a ese trauma o característica que esta persona no puede aceptar.

Se trata de un proceso de no domamiento de nuevos desarrollos sociales. Cuando por primera vez nos enfrentamos a algo que no vemos usualmente o que no se nos ha descrito antes, desencadenamos automáticamente una conducta de rechazo o, a lo menos, de cautela para explorar lo que aquel ser o característica del ser implica. El error es no dar paso a esa comprensión del fenómeno, a demonizar aquello que no podemos comprender o que muchas veces no queremos comprender, por miedo, por vergüenza, por orgullo, por el simple hecho de querer conservar intactos los valores tradicionales y hegemónicos de los que venimos permeados desde nuestros contextos familiares, pero que muchas veces constituyen enormes muros para aproximarnos a la belleza de la variabilidad social y humana, al enriquecimiento colectivo, a la solidaridad entre pares.

Este texto es una caricatura de una problemática social de desigualdad, como lo son tantas otras, que desmoronan el entramado social y la integración entre los distintos individuos sociales. No son problemáticas nuevas, pero se acentúan mucho más en las sociedades modernas, conflictúan mucho más porque han surgido derechos y mecanismos de protección. Sin embargo, me arriesgaría a decir que se garantizan mucho menos, por la poca conciencia social, la disparidad de poderes y la individualización creciente.

Como el título, este es un llamado a Abrir nuestros ojos, a intentar recuperar las ideas fundadoras de comunidad, pero dando cabida a las siempre existentes variaciones individuales, a la tolerancia y convivencia armónica, a batallar con los males de esta sociedad salarial que nos enfrenta a cada uno con el otro en luchas a muerte por los pocos pesos que los poderosos ponen en juego. Demos espacio para aquellos que no pelean en las mismas condiciones que nosotros, recuperemos los lazos cohesivos de la cooperación y construyamos un nuevo tipo de sociedad que permita que florezca la individualidad, que se puedan conseguir las metas de cada uno, pero que no tengamos que pasar por encima de los demás y destruir sus propias metas y objetivos. Suena utópico y dificil de conseguir, puesto que estos no son los intereses que se encuentran en las agendas de los grupos influyentes, pero la masa es la que se está encontrando en desventaja y somos nosotros los que podemos mover esa frágil plataforma donde aquellos se encuentran elevados.

¡Abramos los ojos!


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