¿QUÉ DICEN NUESTROS CUERPOS CONFINADOS DE NUESTRA SOCIEDAD?



A finales del año 2019, habían algunas preocupaciones lejanas de algunas e incredulidad de parte de otros con respecto a la situación de aparente pandemia que estamos viviendo. Digo "aparente" porque no tenemos la manera de obtener en nuestras manos y evaluar la veracidad de las abrumables cifras que diariamente nos exponen en los telediarios; aún si tuviéramos los informes, no podríamos dar fe de que los datos allí expuestos corresponden directamente con realidad vivida en los hospitales y centros de atención. Lo realmente cierto son las medidas sociales que han sido tomadas por muchos de los líderes políticos de nuestros países, especialmente en Latinoamérica. Entre ellas, lo conocido -o sufrido- por todos como el distanciamiento social y aislamiento preventivo obligatorio.

Como lo digo, es algo que en nuestros días es dado por sentado -por un gran cantidad de la población, al menos-, pero realmente se ignora tanto desde arriba como desde nuestra cotidianidad, los efectos que esta medida política tiene en nuestro ser y en la forma de relacionarnos con nuestro contexto y quienes habitan en este. Me surgió la inquietud de recopilar algunas experiencias corporales, sociales y subjetivas de mis contextos personales que han sido producto de la injerencia de los altos aparatos organizativos y dirigentes de nuestra sociedad. Quizás sea una forma interesante de ver cómo esas grandes formaciones, que a veces vemos tan lejanas y monstruosas, hacen presencia de manera micro en nuestras actividades cotidianas e, incluso, en nuestra esfera psicológica.

Imagen de PIRO4D en Pixabay 



Quizás de las historias que más me impactaron en la cuestión del temido virus fue relativamente hace poco, cuando alguien relató, en medio de una cena familiar, su agonía que le acompañaba en las noches, que hasta la respiración le robaba y le hacía despertar sobresaltada en medio de la noche. En dicha experiencia, exactamente un sueño, el tan nombrado virus encarnaba la gigantesca y particular forma con la que es diagramada en los noticieros y le perseguía sin cesar. Expresaba en la historia cómo dicho monstruo subjetivo y caricaturesco extendía sus tentáculos con ventosas para intentar capturarla y hacerla una más de sus innumerables víctimas.

Y esta es solo una de ellas. He escuchado múltiples historias. Está quien alaba las medidas de confinamiento porque prefiere no compartir espacios sociales, y quienes maldicen a los 4 vientos porque no ha sido posible que cumplan a cabalidad con sus rituales de ocio como salir cada fin de semana a discotecas o fiestas privadas, realizar la habitual cita semanal con el o la mejor amiga para comer o divertirse, o simplemente salir del fatal encierro que implica para algunas personas permanecer en casa más de cierta cantidad de horas al día.

Escuché también de aquel hombre de la casa que porcionaba las compras hogar, para tener más salidas al supermercado en una misma semana. Lunes un tomate, dos cebollas y dos latas de sardinas. Miércoles un jamón, 4 papas y un refresco. Viernes 1 kilo de carne, una libra de arroz y 3 limones. Cada quien va encontrando sus espacios para ponerse en escena y domar a su yo interior. Ya veremos de qué hablo.

Aunque no todo es agonía y malas experiencias, algunas personas han aprovechado este espacio en casa, que brinda evidentemente brechas más amplias de tiempo libre. El aislamiento ha propiciado el escenario adecuado para dedicarnos a esos proyectos frustrados que, en algún momento, se nos ocurrieron, aunque con ciertas adaptaciones de espacio y desempeño (hacer ejercicio, dedicarnos a nuestros proyectos en redes virtuales, escribir, cantar, bailar, emprender, etc.). De hecho, este espacio que hoy estamos compartiendo ustedes y yo, es consecuencia de la situación que estamos afrontando hoy. Como comentario personal, espero estén disfrutando de estas humildes creaciones.

También, hemos aprendido a apreciar el contacto y el relacionamiento con nuestros seres queridos. Hubo quién dijo en varias ocasiones "estoy desesperado por ir a ver a mi madre" o "cuándo será que podré ir a pasar tiempo con mi familia". A pesar de todo, se abrió el campo de posibilidades para intentar sopesar la ausencia material, con interacciones virtuales con las personas queridas a través de plataformas digitales. Volvimos a pensarnos los planes familiares o entre amigos como una prioridad, pues en sí las medidas de seguridad nos mostraron cuáles son aquellas cosas que como individuos sociales nos hacen "estar" y "mantenernos" dentro del entramado social. Cosas que habían quedado perdidas en algún momento, a causa del ajetreo cotidiano.

Sin embargo, quiero empezar a conducir el texto hacia mi apreciación y conclusión personal de esta pandemia: El vivir en un espacio pequeño, bien cerrado como muchos de nuestros hogares, o simplemente transitar el mismo espacio todo el tiempo sin variar, puede provocar ciertos efectos sobre nuestra mente y nuestra corporalidad, como bien lo hemos visto en las historias que he expuesto.

Inquietud, dolores corporales, reclamos de nuestras extremidades de estar en las mismas posiciones durante mucho tiempo. Rechazo a las mismas sillas, escritorios, comedores, muebles, camas... Temor a salir; que se transforma en nuestra inseguridad al pasar por una calle poco transitada, consecuencia también de la precaución -justificada o injustificada- que nos evoca la posibilidad de estar incumpliendo alguna norma y ser abordados por las fuerzas públicas. Ésto, ante la potestad que se les ha dado para castigar a aquellos que infrinjan los parámetros institucionales dictados para controlar la crisis de salud pública.

También, al tener estos pocos contactos con el mundo exterior que se nos permiten para abastecernos y continuar sobreviviendo, pareciera que también nuestro cuerpo ha retrocedido en cuanto a la capacidad de movernos en el espacio público y evitar los obstáculos materiales que en este existen.

A esta torpeza, se le suma la transformación en la concepción del otro. Al encontrarnos con un similar, quizás automáticamente, nuestro cuerpo envía una señal a nuestros reflejos para esquivar o alejarnos del otro, puesto que se relaciona como una fuente activa y significativa de peligro biológico. A pesar de que no tengamos forma concreta e inmediata de probar, en el preciso instante que nos cruzamos, si efectivamente pasar al lado de dicho ser resulta tan dañino como nuestros sentidos nos lo hacen creer.

Me llama la atención en sobremanera cómo, a partir de un ente incomprobable en cuanto a presencia material (el virus), más allá del complejo diagnóstico médico y las sofisticadas pruebas usadas para esto, es una de las pocas veces en que he observado que hemos desarrollado una aversión contra nuestros similares. Es decir, apartando las herramientas mediante las que un ser humano puede infundir terror en un similar y constituir una territorialidad propia, como lo son las armas, los cercos, incluso el uso de animales para alejarnos. Está visto que una idea de un virus microscópico, que desencadena una serie de consecuencias fatídicas en nuestro cuerpo, difundida a través de la masividad de los medios y el pánico que lleva impreso sus mensajes, ha construido la noción de vivir necesariamente con cierta distancia y precaución de las demás personas. Es más, lo dice el muy conocido mensaje por estos tiempos de que una verdadera muestra de amor es quedarnos en casa para no lastimar a nuestros seres queridos.

Esta aversión al otro, provocada por nuestra disposición mental a causa, a su vez, de las medidas de confinamiento, tiene como resultado la imposibilidad de poner en escena nuestro "yo social" o "yo secundario". Ese concepto lo he tomado de la teoría del rol de Goffman, en la que menciona que el ser humano tiene la posibilidad de moldear y adaptar sus características propias y privadas para ponerse en la escena social e interpretar los distintos roles que los contextos sociales le exigen. Como si de un actor que interpreta distintos papeles se tratara, y se ayuda de sus experiencias y habilidades para darle vida a esos distintos personajes.

Nuestro "yo principal" almacena todo lo que somos, lo que queremos, nuestros deseos más profundos. Pero es nuestro "yo secundario" quien interactúa realmente con el medio exterior, con nuestros similares y las normas que guían las relaciones e interacciones sociales. Por tanto, este segundo es el que recoge información de ese medio exterior, mediante los éxitos o fracasos que tengamos a diario -en cuanto a las relaciones-. Es decir, si recibimos aprobación de las personas que nos rodean, o si nos castiga la fuerza pública por incumplir alguna norma; todas esas situaciones representan o bien éxitos o fracasos en cuanto a las relaciones sociales. En otras palabras, el "Yo secundario" o "social" doma y apacigua el "yo principal".

Esta más que claro que en escenarios de pandemia mundial, los escenarios sociales se volvieron mucho más limitados y, en algunas personas, prácticamente inexistentes. Nuestro principal acceso a la normatividad social y a la regulación de las interacciones es a través de los reportes de medios de comunicación y difusiones en redes sociales. Sin embargo, estos canales se hacen muy lejanos y nos provocan la sensación de que esos castigos o medidas como lo son multas, aislamiento, restricción para el ingreso a ciertos lugares, etc. suceden en un lugar tan lejano que no nos afectan en nuestra parcela.

La mencionada representación subjetiva acerca de la ausencia de la norma, brinda un contexto afín para que nuestro yo interior, antes atado por las regulaciones sociales, saque sus reales características en nuestros escenarios de aislamiento. Quizás esta se pueda tratar de un indicio para ahondar en las explicaciones de tendencias sociales y comportamentales como al aumento de la violencia intrafamiliar, acciones en contra de la ley, reuniones masivas de personas en hogares (a pesar de estar en presencia de un virus de rápida propagación, y que hayan severos castigos hacia estas prácticas). De igual manera, pueden ser aplicables estas observaciones al estudio de la productividad académica y/o laboral de las personas, de cara a la creciente digitalización de los procesos.

Me gustaría dejarlos pensando en: ¿Qué fue lo más dañino para nuestras sociedades en estos tiempos de pandemia? Si el aparente virus que arrasó con una porción de la población o las rigurosas medidas que afectaron nuestra cotidianidad, disolvieron la mayoría de nuestros escenarios sociales (y como consecuencia, se degradaron nuestras habilidades de autorregulación y autogestión) y llevaron a las personas, de por sí ya consagradas a su individuación, a una separación mucho más profunda de esos lazos sociales con el otro, al menos en su esfera física.

Cabe destacar que son apreciaciones propias del autor y de su experiencia inmediata. Son pensamientos que dan cabida al debate y que se basan en casos específicos. Podremos encontrar variaciones enormes en una persona particular, al igual que podemos encontrar otra que encaje exacto en los postulados que expuse. Quiero siempre contarles mis pequeñas historias cotidianas, y despertar su curiosidad hacia el mundo que los rodea. Los invito a compartir sus experiencias de aislamiento. A contarnos si, a escasos días del fin del aislamiento obligatorio (al menos en Colombia), ¿tuvieron o tienen experiencias similares a las que narré? O bien, ¿cuáles consideran que serán esos efectos postcuarentena en nuestra sociedad y en nuestras relaciones?


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